La única taxonomía posible son las drogas. Hay dos tipos de drogas: químicas y naturales.
Unas dependen de la producción industrial en masa. Las otras son parte de la naturaleza. Y se cultivan, recogen o encuentran a campo abierto (prados, montañas o desierto). El uso de las drogas naturales se remonta a una época de sabiduría ancestral, en que se practicaba la medicina natural y holística. El uso de las drogas químicas, en cambio, se masificó con la revolución industrial y con el ascenso de los médicos al poder. Ése fue el comienzo de la tiranía de los hombres de delantal blanco. Las drogas químicas controlan la paciencia, el ritmo y la pasión. Su objetivo es que el sujeto disfuncional se readecúe al sistema para que siga produciendo sumisamente. Pero si los sacerdotes de toga blanca fallan en su intento y pierden el control sobre el paciente, terminan arrojándolo a los centros ideológicos de reclusión social: los manicomios, los asilos, los albergues de caridad, los hogares de ancianos, etcétera.
Estos centros son los vertederos para el enfermo terminal.
Las drogas químicas legales -que administra el Estado a través de sus Ministerios de Salud- tienen sus pares gemelas: las drogas químicas ilegales. Además de ser un gran negocio lucrativo, éstas le permiten al Estado justificar la represión en zonas consideradas fuera de control: los guetos urbanos, las barriadas marginales o la selva guerrillera. En otros casos, las drogas duras ilegales también se usan como pretexto cuando la justicia y sus guardias pretorianos persiguen a aquellos individuos subversores del orden impuesto. Justamente es su ilegalidad la que genera el lucro y racionaliza el autoritarismo.
Las drogas naturales, en cambio, liberan porque dejan ver en la oscuridad de la alienación. Ayudan al cuerpo. Son biodegradables y fuentes energéticas. La planta de cáñamo, por ejemplo, atenta contra las industrias que ejercen el control ideológico y energético. La industria farmacológica impone una visión de realidad. Luego, las industrias petrolera, minera y forestal -el triunvirato de la sociedad de producción y consumo masivos llevan a cabo la concreción material de esa visión de realidad. Las drogas naturales, por el contrario, curan. Mientras que cualquier alteración de la conciencia en las sociedades altamente alienadas permite un escape hacia la apreciación de la naturaleza, en las sociedades primitivas -no alienadas ni alienantes- las drogas naturales son una ratificación de que la realidad no es lineal ni se manifiesta en un solo plano. En efecto, a través de las drogan naturales los pueblos primitivos han experimentado el carácter múltiple de la realidad. Así como la tierra no era plana, la realidad no es una. Al contrario, está poblada con tantos pliegues y multiplicidades, como peculiaridades tenga la naturaleza. Los surrealistas señalaron que el mundo de los sueños también era parte de la realidad, tal como lo es la percepción del mundo en vigilia. La posibilidad de que haya otros mundos, sin la lógica lineal tridimensional, ha sido probada por la sicodelia. Los doctores y expertos -que trabajan para la sociedad de producción y consumo masivos- le llaman escapismo a cualquier alteración de la conciencia producida por las drogas naturales. Cuando el escape hacia la apreciación de la naturaleza deviene fuerza energética, los doctores y los expertos dejan su trabajo en manos del ejército o de la policía. Ésa es la llamada guerra contra las drogas.
Las drogas naturales son altamente subversivas. Cada hoja y tallo que libera y alivia ya existe previamente en el jardín planetario. Por lo mismo, no hay necesidad de manufacturarlos. Es un hecho que la sabiduría ancestral está relacionada a la medicina natural. Muchas mujeres fueron acusadas de brujas -por los médicos y expertos de la época- y quemadas vivas en las hogueras de la Inquisición católica, protestante y patriarcal. He ahí la civilización.
Comer, fumar, hervir y deglutar las drogas naturales son actos de convivencia solidaria. Su ocurrencia depende de los niveles de salud de las personas. Cuando el ritmo de la vida está controlado por el tic-tac automático de la máquina estandarizadora, los niveles de salud disminuyen. La alienación y la ideología son una enfermedad. Las drogas naturales escardan el jardín y labran la tierra. Cada vez que se ingieren drogas naturales -orgánicas como nosotros mismos- nos recuperamos de las enfermedades biológicas y sociales que producen la alienación y la ideología. La humanidad necesita recuperarse del trauma de la civilización.
Para Chellis Glendinning, la civilización es un estado del que hay que mejorarse. El trauma del primer día de clases, el nerviosismo causado por las amenazas de expulsión del colegio, los dolores de estómago, los castigos irracionales, o el impacto de la represión institucional contra la manifestación libertaria del ser que quiere huir de la alienación y de la ideología, son la consecuencia de una experiencia traumática que tratamos de ignorar cada día. La civilización es el fundamento del entrenamiento forzado para privilegiar lo simbólico sobre lo imaginario y así domar el estado de salvajería natural que nos habita.
Las drogas naturales despliegan los pétalos de la imaginación. Y ése tal vez sea el efecto que producimos nosotros, toda vez que interactuamos orgánicamente con el medio y ampliamos nuestro universo hacia lo que todavía no hemos soñado, pero que aún podemos imaginar. Nuestra presencia tiene un efecto alucinógeno. Somos, en efecto, una droga poderosa que puede iluminar todo lo que imaginemos. Y una vez liberados, no hay droga química, ni pantalla, ni ejército que puedan detener el efecto seductor y opiáceo que provoca nuestra aparición. Para construir un nuevo mundo hay que imaginarlo. Y para imaginarlo hay que liberarse. Esa liberación conlleva a la creación de una nueva humanidad. He ahí la importancia de las drogas naturales.
Texto extraído del libro de Jesús Sepúlveda: El jardín de las peculiaridades.