Si alguna vez has hecho un fanzine, un programa de radio, una maqueta con las grabaciones de tu banda… puede que conozcas esa sensación. Dejando de lado tu ámbito más cercano y activista, la reacción que provoca el “hacer algo” es de sorpresa y de una callada admiración, la cuál rápidamente da paso al escéptico “¿y cuánto ganas?”. Trata de convencerles de que no sólo no ganas, si no que pierdes dinero: te tratarán como a un loco, o mucho peor todavía, pensarán que eres alguien a quien alguna secta política u oscura organización ha engañado.
Puede que nosotr@s (que no queremos estar mud@s, que buscamos expresamos de diferentes modos) lo sintamos como algo natural: la contracultura en toda su amplitud (y no sólo la musical) y las ideas libertarias tomadas también de forma general, puede que sean los últimos baluartes de la libre comunicación, donde a las personas todavía se les permite hablar. ¡Todavía existen algunos panfletos que surgen de la creatividad libre!, sin sellos de goma de la organización que da su aprobación, sin la firma de un jefe aceptando lo que en él se explica, sin permitir que la publicidad (municipal o empresarial) estorbe nuestras lecturas. Rápidos y enérgicos surgen de nuestros corazones textos con faltas de ortografía por la necesidad inmediata de dar a conocer lo que sentimos; dibujos y diseños de trazo decidido que se ríen de los cánones para llegar a tiempo… y el tiempo es ¡ya!, el futuro es ahora mismo.
Hemos llegado a un punto en que todo impulso de comunicar alguna idea o inquietud está mediada por agentes externos a ese mensaje: si quieres quejarte sobre algo has de superar las barreras burocráticas (cuyo objetivo último es hacerte desistir de ello por hastío y aburrimiento), si quieres anunciar algo, y no nos referimos a productos, sino a ideas, o bien pagas o bien te esfuerzas en que algún medio de comunicación te haga caso. En este supuesto el peligro es doble: a) adaptas tus ideas, las moderas un poco para hacerlas un poco más digeribles, con lo que puede perder su sentido original o b) consigues que te hagan caso pero con la posibilidad de que el jefe decida si tu mensaje es relevante o no.
Volviendo al principio, observa a tu alrededor, e intenta encontrar comunicación real: periódicos controlados por grupos de poder político, medios de comunicación televisivos gestionados por grupos empresariales, conciertos patrocinados por empresas que dejan en segundo plano a los músicos o por municipios que buscan mayor prestigio social, etc. ¿A dónde nos lleva todo esto? Podrías argumentar que la comunicación interpersonal persiste, y que será imposible acabar con ella. Esto tiene parte de razón, pero familias pasando su tiempo juntas delante del televisor, amistades basadas en hablar sobre el trabajo y reuniones sociales que giran entorno a conversaciones de partidos de fútbol o de trucos de belleza no son el ideal comunicativo.
Como muchísimas cosas, a veces es necesario volver al punto más sencillo. Simplemente, yo quiero decir algo, hacer algo, evalúo cómo lo quiero decir/hacer y tomo todas las vías posibles para que así sea: hago un fanzine, pinto una pared o la lleno de afiches, reparto carteles entre los transeúntes o debajo de las puertas de sus casas, convierto una casa o parque abandonado en un espacio cultural autogestivo o ayudo a montar una radio libre. Si encuentro a gente con las mismas inquietudes, se habla de ello y se procura organizarse de la mejor manera, de la manera más sencilla para llevar ese proyecto a cabo. Pocas cosas, por grandes que parezcan se escapan en esencia a este esquema. No estamos diciendo que no sea necesario esforzarse, que todo sea sencillo: a grandes proyectos, grandes esfuerzos. Pero al fin y al cabo, si eso lo que realmente deseas, el esfuerzo se torna agradable y te llena de satisfacción.
Se trata de nuestras ideas, de nuestras vidas.
– Crimethinc.